La Mano

David estaba sentado en el bar tomándose un té. Beck llegaría en una hora así que tenía tiempo. Miraba a la gente que pasaba al otro lado de la ventana. Todos iban corriendo de casa al trabajo, a recoger a los niños, a la reunión de negocios, siempre con prisa. El trabajo le dio una perspectiva diferente de la vida. Se acordó de su primer día de trabajo. Su segundo cadáver fue casi tan memorable como el primero. Rápidamente se dio cuenta de lo que implicaba este trabajo.

Normalmente siempre trabajaba junto con un compañero cuando tenían que hacer una recogida. Esta vez fue diferente. Nadie quería trabajar esa noche y como David era el nuevo, tenía que trabajar solo. Tenía que recoger el cadáver en el mortuorio del hospital para llevarlo a residencia privada para un velatorio familiar. Parecía fácil, pero él sabía desde su primera recogida que nada es fácil en su nuevo trabajo.

David llegó al hospital alrededor de las 7 de la tarde. El mortuorio estaba ubicado en el sótano del gran edificio rectangular, por lo que condujo la furgoneta negra hasta la puerta de carga en la parte trasera, siguiendo las instrucciones que le había dado su jefe. Le dijo que un señor llamado Víctor estaría allí para recibirlo. Víctor, estaba esperando delante de la puerta metálica que da al interior del edificio. Al acercarse a las puertas, éstas comenzaron a abrirse. Metió la furgoneta en el garaje y salió para saludar a Víctor. Víctor era un tipo grande con pelo corto y sin cuello. Sus hombros estaban unidos a su cabeza, lo que daba la impresión de que podría aplastar cráneos con sus propias manos. “Eres nuevo” dijo con un acento de Europa del este, mientras guiaba a David por el laberinto de pasillos. Lo navegó por el laberinto como si hubiera estado allí toda su vida, mostrándole a David todas las habitaciones y explicando para qué servían al pasar por ellas. David le preguntó “¿cuánto tiempo has trabajado aquí?”, “Lo suficiente”, respondió Víctor.

Recorrieron lo que parecían ser innumerables pasillos, después usaron un ascensor que bajó un par de niveles, para recorrer más pasillos interminables. David estaba completamente perdido y esperaba que Víctor lo guiara de vuelta a la furgoneta. Finalmente llegaron al depósito de cadáveres, que era una gran sala de acero inoxidable. Había camillas de metal con luces quirúrgicas que colgaban del techo. Las paredes de la habitación estaban llenas de puertas de acero inoxidable, refrigeradores para los cuerpos. Víctor comprobó el nombre del expediente que David le había dado, y se acercó a una de las puertas. Abrió la puerta y desapareció en la habitación mientras una fría niebla lo absorbía. David no lo siguió, se quedó mirando la puerta y la fría neblina que circulaba alrededor de sus pies. Momentos más tarde, Víctor salió, empujando una camilla con un sudario para cadáveres. “Hombre blanco, 45 años, muerte por ahorcamiento” dijo con su voz profunda.

Para el alivio de David, Víctor lo llevó de vuelta a la furgoneta mientras empujaba la camilla. David le preguntó “El acento que tienes es inusual, ¿de dónde eres?” Víctor giró la cabeza hacia David mientras caminaba, “Georgia” respondió Víctor. Volvieron a la furgoneta y David abrió la puerta trasera para introducir el cadáver. Víctor le ayudó a levantar el sudario. Dejaron el sudario con el cadáver en la parte trasera de la furgoneta, junto al ataúd. “Gracias” dijo David, “Este lugar es enorme. Nunca habría encontrado la salida”. “No lo has visto todo”, respondió Víctor con una voz sin emoción. “Nos vemos pronto” dijo con una fina sonrisa y se giró para lleva la camilla de vuelta al laberinto.

David condujo hacia el interior de la ciudad, en dirección a la casa donde el cuerpo iba a ser velado. Mientras conducía, se preguntaba qué más tenían allí abajo en las habitaciones que no había visto. Su mente se enloqueció con todas las cosas que el hospital podría estar haciendo allí abajo. Revisó el expediente mientras conducía y leyó que la persona de contacto en la casa era un hombre llamado Dimitri. Después de unos 30 minutos llegó a la casa de la familia, que estaba en una oscura calle de un barrio de clase media. Se detuvo en la entrada y un hombre alto con un parche en el ojo y un traje

estaba esperando en la entrada. “Parece el malo de una película” pensó David mientras se acercaba despacio.

“Hola” David saludó con la cabeza mientras abría la puerta trasera de la furgoneta. Dimitri sonrió y mostró un diente de oro que le hizo parecerse aún más a un villano. “Déjame ayudarte”, dijo con una voz sorprendentemente amable. David le miró sorprendido y Dimitri volvió a sonreír para mostrarle más dientes de metal. Sacaron el ataúd de la furgoneta para poner el sudario dentro. Después empujaron la camilla con el ataúd hacia el interior de la casa. En la sala principal la esposa del difunto se acercó a David y le preguntó “¿pondrías ponerle su traje favorito?” David se estremeció en shock. Nunca antes había vestido a un cadáver. Miró alrededor de la habitación para ver a toda la familia mirándolo. “Por supuesto” respondió con una débil sonrisa. “Esto no me está pasando a mí” pensó.

Empujó la camilla al cuarto trasero donde había algo de privacidad. El traje estaba colgando de la barra de la cortina. David abrió la bolsa para ver el traje. “¡Celeste, mierda!”, dijo. De repente sintió calor y el pánico se apoderó de él. “¿Cómo se supone que voy a hacer esto?” pensó mientras se quedaba allí tratando de recuperarse. Rápidamente se puso los guantes y abrió el sudario. Empezó a levantar el cuerpo para ponerlo en posición sentada. Cuando lo agarró fuerte de la mano, la piel se rajó y arrancó con un sonido de desgarro. La piel de cebolla se deslizó sobre la mano como un guante con una capa de gelatina debajo. David miró sus guantes y la parte delantera del traje. La grasa gelificada había manchado todo el traje.

Cambiándose los guantes y quitándose la chaqueta, David comenzó a vestir al cadáver cuidadosamente con la camisa blanca, esperando no desgarrar más piel. Después deslizó un brazo a través de la chaqueta y abrazó el cadáver mientras intentaba meter el otro brazo en la chaqueta. El olor a carne muerta y fría estaba en el aire. “Esto es asqueroso”, pensó. Equilibrando el cadáver para que no se cayera mientras cerraba los botones de la camisa y la chaqueta. En ese momento se dio cuenta de que la gelatina que salía de debajo de la piel arrancada había manchado por completo la manga de la chaqueta del traje. “¡Mierda!” maldijo en voz baja. Tumbó cuidadosamente el cadáver en el ataúd y miró fijamente la manga del traje. “¿Cómo voy a salir de ésta?” pensó, buscando respuestas. Cogió un montón de pañuelos de la estantería y empezó a intentar limpiar el desastre. Llamaron a la puerta.

La esposa abrió la puerta para comprobar el progreso. David intentó tapar con una sábana blanca el cuerpo del marido difunto para cubrir la sustancia viscosa que había manchado el traje. La esposa se acercó para ver a su esposo y David dijo “Tenía un corte en la mano, así que lo he cubierto un poco con la sábana”. La esposa sonrió, “gracias” dijo, después se inclinó y tocó la cara de su esposo. “Era un hombre tan bueno” dijo. Se dio la vuelta y salió de la habitación llorando. David la siguió y le hizo señas a Dimitri.

Dimitri ayudó a llevar el ataúd hasta la sala donde la familia estaba esperando. David se quedó de pie sudando mientras cada miembro de la familia se dirigía al ataúd para despedirse del difunto. La mayoría lloró y algunos llegaron a tocar el cadáver. Cada vez más sudor caía por la frente de David. Dimitri se acercó a él, sacó una tarjeta de visitas de su bolsillo y se la entregó a David, a la vez que le susurró “buen trabajo”. “Trabajo para Jack Green. Si necesitas ayuda, puedes llamarme” David, sorprendido, asintió con la cabeza y se limpió el sudor de la frente. Dimitri sonrió y su diente de oro brilló en la tenue luz. A continuación, se dirigió hacia la puerta.

Más tarde esa noche David condujo de vuelta a la oficina con el marido difunto en el ataúd. El cuerpo sería incinerado por la mañana. “Jack Green es el abogado más famoso de la ciudad. Representa a las familias criminales que dirigen la ciudad”, pensó mientras sacó la tarjeta de visita su bolsillo. Dimitri Polokov – Socio, ponía. David la guardó en su cartera y se rió.

Beck aparcó fuera del edificio. David saludó con la mano y se terminó el último té

Espalda

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